domingo, 7 de diciembre de 2014

CUENTO: LA COSTRA

LA COSTRA 

(perteneciente al proyecto "La vida es color de rosa")


E
ran las 7:30 de la noche cuando David se decidió por alguna de las muchas latas de conservas que tenía en el anaquel. Se había mudado recientemente a un apartamento muy  por debajo de sus expectativas en cuanto a vida Universitaria se refiere. Pero por lo menos era cómodo y cálido, lo cual era suficiente hasta cierto punto. Así que, llevando a la cocina una lata de frijoles, se percató de algo que podría jurar no estaba ahí la noche anterior: un bulto negro y rugoso que parecía ser una costra muy grande de grasa y suciedad bajo un anaquel torpemente colocado encima de la cocina.
¡Argh! Eso me saco por conseguirme un apartamento barato… aunque no sé cómo carajos no me di cuenta de esto cuando llegué.
A pesar de la asquerosa forma de aquella mancha, era casi hipnotizante. Dejar de verla era una tarea complicada, lo cual era muy raro por la fealdad de aquella cosa.
Pero eso no importaba. Decidido a quitar esa cosa después de comer, calentó los frijoles y se sentó en una improvisada mesa que formó con un montón de cajas y su sofá; como era muy usual esos días, pensaba en su nueva vida, sus obligaciones y demás… claro, incluyendo también a su “pastelillo”, como llamaba cariñosamente a su novia, la cual lo iría a visitar en dos días.
>Tengo que deshacerme de esa asquerosa mancha antes de que Sofía venga y vea que vivo en una pocilga asquerosa… por lo menos quiero que la pocilga se vea presentable< Pensaba entre risas.
Después de terminada su muy humilde cena, espátula en mano, David se dispuso a quitar ese horrible bulto del anaquel, tarea que se veía fácil considerando que ya había hecho esto antes con su padre.
>Hicieras un mejor trabajo si fueras al gimnasio, estás tan escuálido que ni con un taladro podrías sacar esto. ¡Si vas a hacer cosas de hombres, entonces ejercítate!<
Esos comentarios resonaban en su cabeza cada vez que alguna tarea requería de fuerza… ¿y cómo no? Eran el pan de cada día en su casa. Por esto era su desesperación de mudarse al acabar el colegio, aunque esto significara hospedarse en un apartamento de mala muerte por el resto de sus días en la Universidad.
>Lejos de él me irá mejor<
Y con optimismo se puso a realizar la desesperante tarea. Tomó la espátula y, clavándola en el borde de aquella asquerosa y negruzca mancha, empezó a presionar con fuerza para sacarla. Pero se le hizo muy difícil. Por más escuálido que sea, era una mancha de grasa, nunca en la vida podría estar tan pegada como lo estaba aquella que estaba intentando sacar.
¡Maldita sea! ¡Esta cosa no quiere salir!
>Él tenía razón…no puedo con cosas de hombre<
Un tanto desmoralizado pero con ansias de vencer sus propios demonios, tomó aire e intentó de nuevo con más fuerza.
¡CARAJO DESPÉGATE DE UNA PUTA VEZ!
>Eres peor que una niña<
Fúrico y con ojos llorosos por la fuerza usada, aspiró profundamente y usó toda la fuerza que podía usar para un tercer intento.
 ¡Vamos vamos vamos! ¡SI! ¡JA! ¡Está saliendo!
>Je… ¡Chúpate esa, papá!<
Y por la fuerza usada para aquella tarea es que David no se percató del fluido tintado de un rojo bastante oscuro que emanaba de aquel horroroso bulto hasta que lo quitó completamente y sintió sobre su rostro, su mano y pie izquierdo aquel fluido cálido y espeso.
¡¿Qué…es esta webada?! – Dijo atónito por la terrible escena que estaba presenciando.
Ese bulto que había quitado, bajo esa capa de lo que a la vista parece grasa y polvo, estaba lleno de un líquido rojo, muy parecido a la sangre, pero más espeso y oscuro. Aquel líquido emanaba un hedor muy parecido al pescado podrido combinado con vinagre y excremento. Además de todo eso, producía un incesante escozor que fácilmente acabaría con la paciencia del mismísimo Dalai Lama.  
David, a pesar de las arcadas iniciales, hizo un esfuerzo sobrehumano para no vomitar, y empezó a limpiar los restos de aquella cosa de la pared, el anaquel y la cocina que había por debajo, claro, todo eso con la presencia de ese maldito escozor en su brazo y pierna. Puso aquel cascarón ya vacío en una funda de basura junto con los trapos que usó para limpiar el desastre, los cuales, para infortunio de David, habían quedado permanentemente manchados por aquella asquerosa y pestilente sustancia rojiza.
Después de aquel incidente y decidido a olvidarlo totalmente, David tomó un baño y se esforzó considerablemente para quitar el hedor de su brazo, el cual había sido impregnado por la extraña sustancia.
Habiendo terminado su baño, David se dispuso a relajarse en su sillón que, a pesar de los disimulados hoyos y falta de clase, era bastante cómodo; y en el acto, encendió un pequeño televisor a blanco y negro que tenía en frente y que había heredado de su difunta abuela hace mucho. Y entonces, viendo programas de media noche y sumido en sus pensamientos, empezó a dormitar profundamente.
A la mañana siguiente amaneció sintiéndose extraño, claro, con un evidente dolor en el cuello por haber dormido en un sillón toda la noche, pero había algo más, algo que sentía en su rostro, rodeaba su boca, en su mano y en su pie izquierdo.
Y apenas se dio cuenta del horror en el que estaba viviendo, trató de moverse y gritar, pero  solo un murmullo pudo salir de sus sellados labios, y no lograba tampoco despegarse de su sillón ya que aquella costra que había encontrado y confundido con grasa la noche anterior, ahora estaba impregnada a su piel, justo en los lugares donde ese material rojizo muy parecido a la sangre había caído.
Trató de gritar y pedir ayuda, desesperado porque su mano izquierda estaba totalmente cubierta e inmovilizada por tal cosa negruzca y rugosa, al igual que su pie izquierdo y diversas partes de su cuerpo a las cuales, sin querer, había impregnado con la sustancia.
Observó después, con desesperación, su posible medio de escape, su teléfono celular, aquel que había tenido desde hace tres años y del cual siempre se quejaba, pero que en ese momento veía con unos ojos de súplica dignos de una víctima condenada a la hoguera. Se encontraba a su izquierda, sobre un velador en el cual ubicaba también una foto de Sofía, de la mañana que habían ido de día de campo… >se veía tan bella< pensaba.
Y, haciendo un esfuerzo sobrehumano, David trató de alcanzar su celular con su mano derecha. La estiraba hasta que sintió el dolor por la tensión que presentaba su brazo y su rostro comenzó a deformarse más y más por cada segundo que pasaba contorsionándose muy incómodamente. Rendido ya y esperando a su inevitable final. Sin quererlo, recordó entonces una frase de una película que había visto ya hace mucho… “Oh Dios, a veces la milla verde es tan larga”… eso quería, que la “milla verde” terminara de una maldita vez, que su sentencia de muerte se concretara para ese mismo instante y sacarlo del pesar que aquella bastarda costra le hacía sufrir… ¿Y con qué razón? ¿Lo merecía acaso? ¿Era necesario su sufrimiento bajo esta maldita cosa? ¿Merecía eso solo por querer quitar una puñetera mancha de grasa?, eso ya poco importa ahora.
De pronto, impotente, David empezó a sollozar, desesperado por el impedimento que suponía tal costra y que, para empeorar las cosas, ardía como si se tratase de alguna vil bestia que devoraba su piel, arrancándola poco a poco, sintiendo un dolor que solo podría comprar con el ardor que uno siente al arrancar de la piel una cinta de embalaje colocada maliciosamente por uno que otro bandido de por ahí… solo que el ardor ahora se encontraba en o más profundo de su piel y que, además, ahora era perenne. Y, por si lo dicho no hubiera sido suficiente, lento pero seguro, esa malvada costra avanzaba cubriendo más y más sus extremidades y su rostro.
Pasadas tres horas de una espeluznante inamovilidad, se dio cuenta que era demasiado temprano para tirar la toalla, y decidió no rendirse ante tal criatura que, tarde o temprano, iba a terminar consumiéndolo. Intentó mover su brazo izquierdo y, con fuerza, trataba de despegar éste del sofá, y así mismo lo hacía con su pie. El dolor era tremendo, peor que el que había sufrido todo este tiempo por culpa de esa aborrecible entidad que se encontraba impregnada a su piel; pero no podía rendirse, significaría confirmar las constantes burlas de su padre y peor aún, haber perdido la vida por culpa de una miserable costra.
Luchó con toda su fuerza durante una hora entera hasta que por fin consiguió romper un poco de la cubierta que mantenía presos a su pie y su mano… pero a qué costo…
David murmuró repentinamente y con gran desesperación algo que podría traducirse en un gran y extenso aullido de dolor. Su ojo libre empezó a humedecerse al sentir que su piel y parte de su carne se había ido junto con la costra… y se dio cuenta, de una perversa manera, que quitársela convendría también desollarse vivo y arrancarse la carne de los huesos y claro, eso si no terminaba desangrándose primero.
Pasaron las horas y así, sin fuerzas y sin esperanzas, se quedó contemplando aquel televisor que tantos buenos recuerdos de su abuela le traía, soportando el dolor que le traía aquel monstruo camuflado de grasa y mugre, tratando de sobrellevar la sensación de mareo que le traía la pérdida de sangre por su pie y su brazo parcialmente desollados.
Después de varias horas, oyó el golpeteo más fantástico y esperanzador de su vida… el de su propia puerta. Era la señora Garrison, la “vieja gringa” como sabía comentar David a sus espaldas después de cobrar la renta. >¡SRA. GARRISON, POR FAVOR, AYÚDEME!… LE JURO QUE LE PAGARÉ LA REANTA A TIEMPO, Y DEJARÉ DE LLAMARLA VIEJA GRINGA, PERO SAQUEME DE AQUIIII!<
¡David! Tú debes renta… necesito renta ahora… pagarme.
>¡NO! ¡NO PUEDO PAGARTE PORQUE ESTOY ATRAPADO EN ESTA COSA, MALDITA SEA!... ¡Y APRENDE BIEN ESPAÑOL, CARAJO!<
¿Estar ahí?...
>¡AQUÍ ESTOY, MALDITA SEA! ¡TIENES LA LLAVE, SIGO AQUÍ! ¡SIRVE PARA ALGO VIEJA DE MIERDA, VIENES SIMPRE PARA CAGARME LA PUTA VIDA COBRANDOME, Y AHORA FINALMENTE PUEDES SERVIR PARA UNA MALDITA COSA, AYUDA!<
Y no se escuchó más…
>¿Hola? ¿Sigues ahí?... No... No te vayas por favor< Empieza a sollozar. >No me dejes... ayúdame<
Las posibilidades poco a poco se agotaban, y la esperanza moría con el pasar de los segundos, los cuales se sentían como horas bajo los pensamientos de un muy desdichado David, al que simplemente le tocaba sumirse en sus pensamientos, esperando que la pérdida de sangre haga su efecto… pero no ocurría, seguía consciente y eso lo desesperaba sobre manera, ya no quería seguir despierto, ya no quería vivir; pero a la vez, la idea de arrancarse parte de sus extremidades para desangrarse y acabar con su sufrimiento le era tan o más aterradora que morir bajo el mandato de esa asquerosa costra.
Y de nuevo escuchó la puerta.
Pero esta vez no se escuchó la voz de la muy odiada Sra. Garrison, sino algo que lo llenó de una esperanza que solo puede encenderse en la mente de un superviviente al encontrar civilización.
¿Amor?... ¿Estás en casa, David?
>¡Dios, mío santísimo, Sofía!... ¡SOFÍA, MI VIDA,  AYÚDAME POR FAVOR, ESTOY AQUÍ, TIENES LA LLAVE, ABRE LA PUERTA!<
¿David, estás..? Voy a entrar.
>SI. ¡SI, MI AMOR, ENTRA POR FAVOR, SÁCAME DE AQUÍ!<
Y la puerta se abre, despidiendo un resplandor que bien podría representar una señal divina; su única salvación estaba en frente ese misericordioso resplandor, vestida exactamente igual al día que fueron a campo, con una ceñida blusa color verde escuro con líneas azules que formaban diseños de grandes cuadros,  y en los cuales se notaba su escultural torso; junto con eso, un short al estilo jean que dejaba al descubierto un bello par de piernas; aunque era un poco robusta y bajita, era lo que le encantaba a David… era su “pastelillo” quien se encontraba abriendo esa puerta, su única esperanza.
David sentía en ese momento que quería abrazarla, besarla, y un impulso enorme por hacerle el amor en ese mismo momento, a su salvadora, a la que vestía lo que a veces parecía su único conjunto, ya que era su favorito y lo usaba casi siempre. Era esta emoción que lo hacía querer desprenderse de ese asiento cueste lo que cueste.
Pero por fin, tenía su escape, la veía en frente, extrañado por la sonrisa que tenía en el rostro a pesar de verlo medio atrapado por aquella cosa.
>¡Por fin, mi amor, ayúdame, pastelillo!< Pensaba con una sonrisa bajo la costra que cubría parcialmente su cara.
Entonces ella, aún con la sonrisa en su ligeramente robusto, pero atractivo rostro, movió sus labios como si estuviera hablando, pero ninguna palabra salía de sus labios, era claro que se articulaban palabras, pero ni siquiera producía un silbido, era solo un espectral y desesperante silencio.
David no se percató de esto y, sumido en sus pensamientos mientras contemplaba aquella hermosa figura, tampoco advirtió que Sofía, ya a una distancia bastante cercana, llevó su mano hacia el rostro del infortunado con un gesto de solemne dulzura, y cuando sus dedos palparon el rostro de su pareja…
De un sobresalto, despertó.
Valla cruel sorpresa aquella. Sumido en el desconcierto por un instante, se sorprendió al notar que aquel resplandor había desaparecido, y con él, la tierna figura de Sofía...
Después de eso, todo cobró sentido para David.
>Un sueño… me quedé dormido, carajo< Pensaba entre ligeros y mudos sollozos. >Dios mío… Sofía, sácame de aquí, te necesito, mi pequeña<
Ya habían pasado cerca tres horas desde aquel maldito sueño (nueve horas y media desde que comenzó el trágico asunto). David se sentía débil, pensó al principio que esto se debía a la falta de sangre y de sueño, pero luego notó que ya no sangraba, la costra se había regenerado en las partes que anteriormente había abierto. Entonces fue cuando se dio cuenta. Era la costra la que lo adormecía, era su presencia en todo el cuerpo que, de alguna manera, segregaba una especie de somnífero o debilitaba sus músculos.
>¿Pero con qué razón haría esto?< Pensó David, sacando hipotéticas conclusiones.
Y fue cuando notó que aquella costra había crecido más de lo que esperaba. Ahora estaba cubriendo parte de su otra pierna, su abdomen  y parte de su pecho, y desgraciadamente, su vista estaba completamente tapada por aquella maliciosa materia. ¿Era esa la razón acaso? Quizá sí. Aquella cosa devoraba a su desdichada víctima mucho más rápido cuando está en un estado de somnolencia profunda. Más claro, duérmete y mueres más rápido.
>No le daré a esta puta cosa lo que quiere, debo mantenerme despierto hasta que llegue alguien para ayudarme<
Cuatro horas más de absoluta obscuridad e inmovilidad, empezaba a cuestionarse cosas para mantenerse despierto, aunque claro, sin poder moverse y sin poder ver nada, esto era bastante difícil.
Pensaba por ejemplo en cómo podía respirar cuando tenía todo el rostro cubierto por esa asquerosa costra. Quizá eso respiraba por él, quizá le gustaba devorar vivas a sus víctimas. También pensaba en cómo reaccionaría Sofía cuando descubra que su novio de hace más de cinco años está siendo tragado sin piedad por una "mancha de grasa en la cocina"
Era todo tan irónico, pero a la vez tan normal, David ya hasta sé conformaba con el hecho de que iba a ser devorado vivo, ya hasta toleraba el ardor que causaba esa costra sobre su piel.
Pero aún pensaba en Sofía, ¿qué pasaría con ella después de esto? ¿Conseguiría a alguien más? Quizá un ex novio, tiene uno que avergonzaría totalmente a David, pero era un patán, cosa que ella no aguantaba en lo absoluto. Claro, que con un poco de incentivo por parte de él, ella podría caer de nuevo...
>Mejor ya no pensar en eso<
Tres horas más y David ya quería que llegara la hora, en definitiva, deseaba con mucha intensidad la muerte.
...
Para ese momento, pensar ya era un tanto difícil. Era como si su cerebro estuviera siendo carcomido lentamente y sin reparo. Estar consiente ya era una tarea sobrehumana.
Entonces, ya con muy pocas partes de su cuerpo libres de aquella abominación... decidió ya no combatir más a la criatura. Esa cosa había ganado.
Decidió dejar que esa criatura lo adormezca. Por lo menos, en su anterior sueño no sufrió dolor alguno y, aunque fuera falsa, le dio una esperanza nueva. Es más, es posible que esa cosa induzca esos bellos sueños... esto quizá porque reduce los latidos cardíacos o algo, ¿quién sabe? Sólo aquel monstruo tenía la respuesta, y jamás lo iba a revelar.
Así que, con esto en mente, David decidió relajarse, ya no pensar. Su mente de pronto quedó en un blanco profundo, salvo por un leve pensamiento que le cruzó por la cabeza en ese preciso instante:
>Muéstrame algo bonito…<
Y dormitó...
...
Llegó el día, Sofía iba a visitar el nuevo apartamento de su novio. Empezó a vestirse, se puso un ceñido pantalón de mezclilla y la blusa roja que David le había regalado para su cumpleaños, lucía un sutil pero revelador escote, ella sabía que a él le gustaba verla así, sabía que el la deseaba... y esto le gustaba sobremanera.
Llamó al taxi y se embarcó. Pensaba todavía en el mensaje que le había dejado a David, él siempre anda con su teléfono, y cuando no, lo revisa en las noches. Pero bueno, eso no le impidió el estar totalmente emocionada por estar a solas con su novio; esto porque los padres de David eran demasiado sobreprotectores, no los dejaba estar solos en ningún momento.
¡Ni loca te dejo sólo con esa niña, la vas a terminar preñando y ahí a quien le toca cuidar de los nietos es a mí! – Había dicho la madre de David la primera vez que habían intentado estar solos en su casa.
Igual, ya nada de esto importaba. Por fin iban a estar solos, todo iba a ser fabuloso.
...
¿David? Soy Sofi, ¿Estás ahí, mi amor?
Nadie respondía, intentó el llamado otra vez. Nadie respondió.
Recordó luego la llave que David le había dado. -Tú sabes que puedes entrar cuando quieras, mi vida. Siempre que quieras entrar, hazlo- Eso fue lo que le dijo David hace poco, se supone que aún se aplica, ¿no?
Entonces, abriendo la puerta con un poco de recelo, sintió en el ambiente un horrible hedor muy parecido al pescado podrido combinado con vinagre y excremento...
Dios mío, ¿qué es esa cosa?...
Y entonces, en el sillón favorito de su novio, en el que David había aprovechado una vez para acariciar sus senos (cosa que ella había disfrutado), observó lo que parecía una gran mancha grasienta con una muy rara forma humanoide y que se extendía hasta el suelo.
Sofía no podía gritar... tampoco podía hablar... esa cosa era tan hipnotizante, que ella apenas dudó en acercase a ese bulto negro  y apestoso.
¿Sofi? ¿Estás ahí, pastelillo? – Escuchó Sofía. La voz era la de David, venía de adentro de aquella porquería sobre el sillón. ¿Pero cómo era posible esto? ¿No estaba David incapacitado mientras se encontraba dentro de esa cosa? Si, lo estaba, pero aquella cosa podía imitarlo a la perfección.
Sí, mi amor, estoy aquí. Te...te voy a sacar de ahí en seguida. Sólo...sólo de un segundo, amor.
No importaba lo difícil que pareciera abrir esa cosa, estaba decidido, Sofía iba a salvar a su novio de aquella cosa que lo mantenía prisionero.
Tomó entonces la parte de la costra que estaba sobre el brazo izquierdo del sillón y tiró de ésta. No era la chica más fuerte de este mundo, pero estaba en buena forma, quizá hasta más que David, cosa que a él en realidad no le molestaba en lo absoluto.
Tiró con toda su fuerza hasta que sintió que una parte de la costra se rompía. Entonces, tomando un poco de aire, tiró de nuevo hasta que clavó sus dedos dentro de aquella cosa y sintió un fluido viscoso que despedía un olor nauseabundo y que  presentaba un color rojo más oscuro que la sangre.
¡Tranquilo, amor! ¡Ya sale!
Y de pronto, sintió como más de aquella costra iba sucumbiendo, cediendo ante  su fuerza. Emocionada, puso aún más esfuerzo a la tarea hasta que poco a poco se iba abriendo.
Desde aquella comisura salía más líquido rojo mientras más se abría. Sofía no se había dado cuenta, pero poco a poco se iba descubriendo lo que parecía una serie de piezas alargadas de color blancuzco. Algo que se veía extrañamente como un esqueleto un tanto carcomido por aquella ácida sustancia.
Todo esto mientras el líquido rojo cubría poco a poco los desnudos brazos de Sofía.

-FIN-

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